Hoy es un día de celebración, como todos los días en los que cualquier muro de la vergüenza es derribado. Hoy día 9 de noviembre nos volvemos a alegrar de que el pueblo berlinés tuviera el coraje de abrir el muro que les había aislado de sus vecinos, de sus amigos, de sus familiares, de la libertad. Berlín se volvía a unir, pero la caída del muro fue mucho más que todo eso.
Confieso que hace 20 años, me emocioné y que llegué a dudar de que se alcanzaran las cotas de libertad que se alcanzaron. Seguía con entusiasmo todo lo que pasaba en Europa. De hecho con alumnos de aquella época peinábamos revistas, periódicos, reportajes de Tv, tratando de acercarnos a lo que se atisbaba como el gran cambio. Nos quedamos cortos en nuestras espectativas, de lo cual me alegré entonces y me sigo alegrando ahora. Hoy es un gran día, aunque no debemos olvidar que al igual que en aquella ocasión, todos juntos seríamos capaces de derribar tantos muros que aún quedan, tan inútiles como aquel.
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Hoy sería un día más grande, de lo que ya es, si no existieran otros muros de la vergüenza, que impiden todavía hoy, veinte años después, la libre circulación de personas y de ideas. Muros que impiden, a miles de personas, alcanzar sus derechos básicos: Cuba-EEUU, Corea del Norte y del Sur, Israel-Palestina, Europa-África, China-Nepal, Marruecos-Sahara Occidental, etc., etc.
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